Una mente generosa para un mundo sistémico
Rodrigo Jiliberto Herrera
rjiliberto@taugroup.com
Si los mundos son enactuados, construidos, es preciso preguntarse qué da lugar a que se construyan
unos y otros tipos de mundos, como por ejemplo el mundo moderno actual, desencantado (Berman,
1987), o el mundo antiguo mimético, habitado por fuerzas espirituales insondables.
Si el mundo moderno fundado en un supuesto conocer objetivo ha entrado en crisis, habrá que
preguntarse porqué hemos enactuado ese mundo y si es factible enactuar otro.
Para levantar una hipótesis que responda a esas preguntas, hay que decir que el poder de los mundos
enactuados radica en que ellos determinan el ámbito de posibilidades de vida de quien los enactúa. Es
decir, definen sus posibilidades de vida.
Entonces, se puede sostener que los mundos enactuados están en correspondencia con la forma en que
aquel que los enactúa se percibe a si mismo. Ellos son el reflejo de la naturaleza interior que,
autoreflexivamente, autopercibe que posee quien los enactúa. El mundo que enactúa será de tal forma
que le dará las posibilidades práxicas para realizar la percepción que tiene de si mismo.
No está demás señalar que las construcciones de mundo de que se habla son sociales, colectivas, pues la
propia lengua es un acto colectivo. Por tanto, no es un problema individual, es un problema de la mente
colectiva. No se trata de una imaginería individual, sino de un esfuerzo colectivo en el cual se construye
el mundo que creemos habitar. Un ejemplo muy bien estudiado de ese fenómeno es el modo mediante
el cual el paradigma cartesiano se apodero de la mente colectiva de occidente en unos pocos siglos,
convenciéndola de la existencia de un mundo fragmentado, no participado por el hombre, ajeno, donde
valor y hecho se hallan tan disociadas que la verdad relativa manipulada no se interesa por la verdad
última, situando a la humanidad en unos pocos siglos frente de varias crisis simultaneas, ecológica,
social, humanitaria.
Por lo tanto, la capacidad de enactuar un mundo distinto al actual, pasa por comenzar a entendernos-vernos
de otra forma. Todo el enfoque sistémico es un esfuerzo que apunta en ese sentido, el gran
esfuerzo crítico del paradigma cartesiano llevado a cabo por cientos de intelectuales en las últimas
décadas forma parte de lo mismo, muchos aportes científicos singulares, muy bien ilustrados por Capra
en su libro la Trama de la Vida (Capra, 1999) no son otra cosa que intentos por demostrar que somos
más que lo que el paradigma cartesiano-objetual pretende que seamos, todo intento de abordar la
complejidad apunta a lo mismo. La recuperación para occidente de las tradiciones filosóficas orientales
es otra fuente de inspiración que opera en el mismo sentido. Es un esfuerzo destinado a vernos de otra
manera, a reencantarnos (Berman, 1987), y mediante ese reencantamiento interior enactuar un mundo
reencantado, obviamente de otra naturaleza a los mundos miméticos de la antigüedad.
En algún momento del desarrollo de la especie humana se perdió una condición básica para la
existencia, la confianza (Maturana, 1994, 1995, 1996). El hombre comenzó a verse como una especie
amenazada, actitud que persiste hasta hoy, una especie carente en un mundo de escasez. Esta
percepción de sí mismo ha determinado los mundos que enactuamos y creemos habitar, uno de cuyos
colofones más dramáticos es el de la compulsión de la dominación de la naturaleza. Probablemente el
entendernos como parte integrante de un todo autosostenido, habitantes armoniosos de una realidad
relativa, pero inserta en una realidad última integrada y misteriosa, sea la demostración de que vamos
recuperando la confianza en la existencia, y, a la vez, sea una descripción de mundo que ayude a hacerla
crecer.
Esto permite entender la fascinación que despierta la carta que el Gran jefe indio dirigió al Presidente
de los EEUU a raíz de las expropiaciones de tierras que éstos habían sufrido. Porque lo que en ella
sorprende y maravilla a una mente occidental atrapada en un limitado y escaso mundo de objetos, es la
libertad y la confianza que rezuma esa mente colectiva capaz de enactuar un mundo de semejante
armonía e integración con su medio, fascina la ausencia de un ego severo a la busca de una identidad
excluyente. Atrapa la disposición mental a imaginar una identidad mimética con el entorno, incluyente y
participativa, de la cual se derivan implícitamente, y no por imposición, unas normas éticas de
convivencia.
Ahora, como lo más probable es que a una mente occidental le parezca que ese mundo enactuado es
una mera fantasía lingüística, esa fascinación ética y práxica (la fascinación de imaginar que es posible
vivir en tal mundo), se verá disminuida a una inquietante fascinación poética que le esconde el sentido
vivencial último de esas palabras.
TAU Consultora Ambiental
Santa Matilde 4
28014 Madrid, España
rjiliberto@taugroup.com
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