Guía de Brasil
Un puerto seguro al final de una larga travesía
Hace algún tiempo escuché decir a un escritor español que los niños no tienen conciencia del paisaje porque son parte de él. En Brasil se tiene la sensación de que esto ocurre no sólo con los niños, sino con toda la gente. Su gente y sus paisajes, tanto naturales como urbanos, están indisolublemente integrados.
Por supuesto, presumir que se conoce un país tan enorme por haber estado algunos días en una pequeña porción de su costa es absurdo. Sin embargo, los aproximadamente 50 km que median entre Porto Seguro y Cabralia, al Nordeste de Brasil, tienen algo especial: a este lugar arribó Cabral en abril de 1500, razón por la que se la conoce como Costa del Descubrimiento. Las características particulares de esta zona, donde la desembocadura de los ríos genera sectores de aguas tranquilas, resguardados por verdaderos paredones de piedra, ideales para dejar los barcos a la espera del regreso de los que han ido a tierra, hizo que se informara a Portugal el hallazgo de un "puerto seguro", y de ahí el nombre del pueblo.
El resultado de 500 años de mezcla racial entre naturales de la región, portugueses, negros y en menor medida las posteriores corrientes inmigratorias es francamente sorprendente, tanto como el marcado sentido de identidad nacional de los brasileros A primera vista se tiene la sensación de que todo es color, música y danza. Pero hay mucho más. Los pueblos y ciudades de Brasil han conservado cuidadosamente sus zonas históricas, normalmente ubicadas en lo alto del morro, en las que se destacan la Iglesia y un edificio que era a la vez Administración y Cárcel, similar al Cabildo de las colonias españolas, pero con una arquitectura muy diferente. Siguiendo lo usual en las antiguas ciudades europeas, las plazas que albergan estos edificios son más bien pequeñas e irregulares, y de ellas se desprenden calles angostas bordeadas de unas casitas bajas pintadas de colores fuertes, pegadas una al lado de la otra, como si el espacio, nada menos que el espacio, hubiese resultado insuficiente para los colonizadores portugueses. Y más abajo, a nivel de la costa, las viejas zonas comerciales, tan coloridas y pintorescas como las históricas.
La amabilidad de los brasileros para con sus visitantes, su casi constante estado de alegría (siempre en alguna parte hay alguien bailando, cantando, haciendo capoeira), esa cultura del "tudo bem", hacen pensar que el largo viaje no fue en vano, y que se ha arribado no sólo a un puerto seguro, sino también a un lugar del mundo donde, aunque sea por unos pocos días, estaremos un poco más cerca de la felicidad.
Mario Guido Pérez
mariogperez@arnet.com.ar
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