MUNDO EVENENCIAL
TAU Consultora Ambiental
Rodrigo Jiliberto Herrera
rjiliberto@taugroup.com
“La idea clásica de la separabilidad del mundo en partes diferentes pero interactuantes ya no es
válida o relevante. Antes bien, debemos considerar el universo como una totalidad no dividida ni
fragmentada. Su división en partículas, o en partículas y campos, sólo es una tosca abstracción y
aproximación. De este modo llegamos a un orden que es radicalmente diferente del de Galileo y
Newton: el orden de la totalidad no dividida” (Bohm, 1998, pág. 180, cursiva en el original)
“El mundo aparece entonces como un complicado tejido de acontecimientos, en el que conexiones de
distinta índole alternan o se superponen o se combinan, determinando así la textura del conjunto”
(Werner Heisenberg, en Capra, 1999, pag. 50)
“En última instancia - como la física cuántica demostró tan espectacularmente - no hay partes en
absoluto. Lo que denominamos parte, es meramente un patrón dentro de una inseparable red de
relaciones” (Capra, 1999, pág. 57)
De facto habría que ir más allá y señalar que lo que la física cuántica ha demostrado tan
espectacularmente no es que no haya partes en absoluto, sino que la relación todo-parte no es real, que
lo único real es la unidad total de esa red de relaciones que es todo lo existente. Es decir, no se trata ni
siquiera de que aquello que antes se distinguía en una región del tiempo y del espacio como siendo
autónomo, como objeto, hoy día haya que entenderlo como una singularidad, como un patrón dentro
de una red más amplia, otorgándole así una autonomía relativa dentro de esa red, dada su capacidad de
producir un patrón que se distingue de otros patrones. Lo que señala la física cuántica es que toda
distinción que se realice dentro de ese continuum sistémico no es real.
La forma conceptual más acabada de ese mundo es el de la totalidad no fragmentada de Bohm o del de
la Physis generalizada de Morin, o la teoría del Bootstrap de Chew, donde el universo material es
entendido como una red dinámica de acontecimientos interrelacionados, en él cual las partículas que
pueblan el universo estarían compuestas las unas de las otras, cerrándose sobre si mismas. Se trata, en
todos los casos, de totalidades integradas.
Su lógica interna ha sido estudiada y desarrollada con cierto detalle dentro de ciertos ámbitos de la
teoría de sistemas, Morin, Atlan, Capra, pero también se ha visto alimentada por descubrimientos en
ciencias singulares, informática (Winer) Biología molecular (Prigogine), biología del conocimiento
(Maturana y Varela), teoría de fractales (Mandelbrot) Matemáticas de la complejidad (Poncaire) Teoría
del caos etc.
Lo que aparece es un mundo complejo, densamente interdependiente, no lineal, distribuido (Varela,
2000).
En este contexto el hombre no tiene acceso posible a la realidad, como algo separable de si mismo.
Desde este punto de vista una teoría de sistema de naturaleza ontológica generaliza el cuestionamiento a
un conocer objetivo, tal como el principio de incertidumbre de Heisenberg lo hace para el ámbito de la
física cuántica.
¿Cuál es, entonces, la realidad a la que es factible referirse en un universo sistémico, en una totalidad no
fragmentada? ¿Cuál es la realidad a la que se tiene acceso, al igual que en un mundo mecánico y lineal,
los objetos son el acceso que se tiene a la realidad, y es, por lo tanto, es aquello que es preciso conocer?
El único acceso posible a la realidad de la totalidad no fragmentada es el evento. La siguiente extensa
cita de un texto de Morin ayuda a comprenderlo.
“A partir de la crisis de la física clásica, aunque en un cuadro finalmente regenerado, podemos regenerar
un universo que nos sea como el antiguo universo encantado…. Es un universo reanimado, en
movimiento, en acción, en transformación en devenir. No hay nada en el universo que no sea temporal,
no hay ningún elemento, desde la partícula hasta el componente más estable, de un sistema estable, que
no pueda ser concebido como evento, es decir como algo que adviene, se transforma, desaparece. El
mismo cosmos es un Evento que tiene su continuidad en cascadas de eventos donde han surgido las
partículas; se han formado los átomos, donde se alumbran los soles, mueren las estrellas, nace la vida…
El evento como dice Whitehead, es la unidad de las cosas reales. Es la unidad concreta que da la
naturaleza, no la unida abstracta que da la medida” (Morin, 1993, pág. 414)
En la existencia cotidiana del hombre, de todo aquello que cree vivir, lo único real es el evento. Es lo
único que tiene una existencia realmente autónoma, que es una totalidad en sí mismo. Y es en el evento,
en cada evento, donde la totalidad no fragmentada se le presenta al ser humano como tal, es la única
oportunidad de que dispone para percibirla.
Ahora bien, el evento no es una cosa, y esto es una ruptura catastrófica con toda la cosmovisión
objetual dominante. Porque lo que se afirma es que la realidad no se vive en las cosas. Y esta afirmación
es probablemente aún más alarmante, porque el mundo moderno tiene instrumentos para ponerse en
contacto y manipular cosas, objetos, pero no tiene instrumentos cognitivos para ponerse en contacto
con un evento, para contactar con todo la realidad que un evento supone y derivar de allí alguna
certeza práxica.
Por el contrario, en un mundo de objetos la predisposición cognitiva carece de toda referencia
evenencial. Como se parte del supuesto que las entidades “reales” permanecen inmutables en el tiempo
y separadas del sujeto en el espacio la compulsión cognitiva es a alejarse del momento para decidir
cuales son los posibles o mejores cursos de acción de acuerdo a la dotación de objetos universales y
eternos de que dispone. Es decir, la predisposición cognitiva es a alejarse del evento, incapacitando el
acceso, el único acceso, a la realidad de que se dispone en un universo de totalidad no fragmentada.
Como hemos señalado en otro texto, el mundo objetual aboca al ser humano a la planificación de sus
actos que es lo contrario de lo que se deriva de un mundo evenencial.
Por esta razón constituiría una contradicción pensar que es posible imaginar el mundo como una
totalidad no fragmentada y considerar a la vez que el conocimiento deba seguir abocado a las entidades
fenomenológicas con que el hombre se encuentra en su diaria existencia. Más aún, constituye una
contradicción pensar que en esa realidad de totalidad no fragmentada los instrumentos de conocimiento
sirvan o están destinados a dar cuenta de cosas, pues “esa realidad” no está en las cosas.
Las distinciones del continuum sistémico, ni arbitrarias, ni reales, que el ser humano realiza a partir de
sus capacidades perceptivas, son meros instrumentos de un aparato cognitivo destinado a contactar una
realidad evenencial, y por tanto carecen de toda sustantividad cognitiva o epistemológica última.
La realidad de la totalidad no fragmentada existe en y por el evento. Es allí donde, cada vez, se teje y
entreteje la trama de lo existente. Es allí donde la totalidad se expande y se contrae, en un
holomovimiento (Bohm, 1998) que conforma lo existente, sin dejar rastro posible, sin posibilidad de
repetición, ni comparación, ni historia. Todo queda resuelto en un único y total devenir en el cual el
hombre participa como una partícula mas.
En este contexto, la cognición no puede tener como fin conocer cosas, sino facilitar el acceso a la
realidad evenencial de la totalidad no fragmentada, para insertarse en ella armoniosamente y, así,
persistir en ella. Todas las distinciones que se realicen en forma de distintas representaciones de lo real,
no tienen, por tanto, ningún valor fuera del evento, y ninguna utilidad, sino facilitan el acceso a la
realidad de totalidad no fragmentada que está contenida en cada evento.
Esto resulta coherente con el entendimiento de la cognición como acción corporizada de Varela (Varela
y otros, 1997), pues su idea de enacción de mundo inserta en un proceso de acoplamiento estructural
que asegura la filogenie, además de restar sustancialidad “objetiva” al mundo que se enactúa en la
cognición, lo insertar en la acción y así lo hace estrictamente evenencial.
Justamente la explicación al declive y perdida de atractivo de la visión mecanicistas clásica del mundo
radica en que resulta inútil para que la sociedad sea capaz de ubicarse como totalidad en el evento. Las
representaciones científico-objetuales dominantes, no es que no funcionen porque no representen
eficientemente la realidad de la totalidad no fragmentada, porque ninguna es capaz per se de hacerlo
bien, sino por que es disfuncional, poco fructífera, para acceder a una realidad evenencial.
En definitiva no son los sistemas los que surgen como realidad opuesta a la realidad de los objetos de la
mecánica clásica, sino que el evento. Y es desde aquí desde donde se debe comenzar a pensar en la
construcción de instrumentos cognitivos útiles a esta nueva cosmovisión.
TAU Consultora Ambiental
Santa Matilde 4
28014 Madrid, España
rjiliberto@taugroup.com
(*) Puede solicitar información más detallada de este trabajo al autor
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