La Teoría de sistemas constituye uno de los subproductos de los primeros pasos de lo que hoy se conoce como ciencias cognitivas, y es hija de la intensa discusión en torno a la cibernética que tuvo lugar en los años 40 y siguientes.
Cabe recordar que la cibernética sostuvo dos cosas fundamentales (Varela, 1998), por un lado, que era la lógica, y no necesariamente los conceptos psicológicos, el lenguaje que podía describir y entender el cerebro humano, y por el otro, que el cerebro funcionaba como un operador lógico, cuya modelo de expresión lingüística natural son las matemáticas.
El intento cibernético consistió entonces, en encontrar un lenguaje que basado en la lógica matemática diera cuenta de ese fenómeno que es el cerebro, y fundar así un lenguaje científico particular.
Es en ese contexto, en el que nace la Teoría de sistemas y formula una hipótesis que dice que, en determinados ámbitos de la realidad, las descripciones debían dar cuenta del relacionarse de los elementos que constituyen una totalidad, para entenderla como el resultado de la forma en que se establecen esas relaciones antes que como una entidad analítica última.
Es decir, al calor de las discusiones en torno a un nuevo lenguaje, el cibernético, que supuso intensos debates en torno a las capacidades de la lógica y de las matemáticas para describir un fenómeno especifico, como es el cerebro humano, es de donde emerge el concepto de sistema como un nuevo principio lógico, que dice en síntesis: el todo no es igual a la suma de las partes.
A pesar de que esa nueva lógica llevaba y lleva implícita el germen de una comprensión distinta de lo real, no se trataba, ni se trató, de una nueva ontología.
Se trató siempre de principios lógicos que facilitaran una descripción de la realidad y no de una refundación de la realidad, pues esa realidad se siguió considerando como algo dado.
El uso del concepto de sistema en tanto lógica y no en tanto ontología, es explicable en parte, entonces, por sus orígenes teóricos. Esto facilita que haya algo contradictorio en la teoría de sistema, que haya algo que revoluciona y desintegra la idea de objeto y que haya, por otra parte, algo que la reifica. Pues el propio enunciado sistémico de que el todo es más (y menos también, diría Morin) que la suma de las partes, empuja a pensar que la realidad no está constituida por entes últimos, sin embargo, el uso del concepto nunca llega a asumir esa propuesta implícita de forma contundente.
El concepto de emergencia desarrolla esa contradicción (Aufhebt der widerspruch, diría Hegel), pues la contiene en un nivel superior.
Por un lado, la emergencia es algo nuevo que no se puede reducir a sus partes, y por tanto, no tiene las mismas cualidades epistemológicas del objeto. Se conserva el carácter transgresor del concepto. Pero, a la vez la emergencia es algo distinguible, epistemológicamente del resto, es un cierre. Y en eso se parece al objeto. Queda sin explicar, hasta el próximo Boletín, qué hay de realidad entre las partes y la emergencia.
Rodrigo Jiliberto Herrera
Economista, MSc. Director de TAU Consultora Ambiental
Santa Matilde 4
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rjiliberto@taugroup.com
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